El fin del cuarto poder: cuando los medios dejaron de informar para influir
- Alejandro Jiménez Posada
- 17 dic 2024
- 3 Min. de lectura
Por Alejandro Jiménez

En un tiempo no tan lejano, los medios de comunicación tenían la reputación de ser el “cuarto poder”, el vigilante que cuestionaba a los poderosos y exponía la verdad sin miedo alguno. Sin embargo, en las recientes elecciones de Estados Unidos quedó demostrado que aquellos medios que alguna vez ostentaron esa influencia ahora están en decadencia, atrapados en una agenda que no busca el servicio al público, sino lealtades personales e ideológicas. Lejos de informar con objetividad, los medios tradicionales se han convertido en brazos de una narrativa progre o woke, abrazando causas como el feminismo radical, la agenda LGBT y el aborto, alineándose con intereses que poco tienen que ver con la mayoría de los estadounidenses de fe y principios. Medios como CNN y The New York Times, entre otros, presentaban su “verdad” como si fuera la verdad.
Este año, sin embargo, fue diferente. Los grandes medios fracasaron en su intento de manipular al votante. Los ciudadanos encontraron alternativas que procuraban informar con mayor objetividad. Plataformas como X, liderada por Elon Musk, demostraron que, cuando se defiende la libertad de expresión, la verdad encuentra su camino hacia la gente. Frente a este nuevo ecosistema de medios libres, la hegemonía de la prensa tradicional se tambalea y el “cuarto poder” que pretendían representar se desmorona como una montaña de arena.
En el marco de las recientes elecciones en Estados Unidos, los grandes medios demostraron su falta de imparcialidad. Las principales cadenas de noticias, como CNN, y periódicos nacionales, como The New York Times, en lugar de presentar los hechos con balance, tomaron partido por la agenda progresista. Titulares vulgares, notas de prensa falsas y opiniones presentadas como noticias eran el pan de cada día, todos en favor de Kamala Harris. En lugar de ser canales de información, los medios se convirtieron en herramientas de propaganda, similares a las utilizadas en la Alemania Nazi, aliados de intereses que responden a las élites políticas y financieras que apoyaban sus proyectos. Este sesgo, por supuesto, ha alienado a un segmento creciente de la población, cada día más dependiente de un Estado todopoderoso. Kamala Harris ganó en casi todas las grandes ciudades donde se depende más del Estado, mientras que Trump arrasó en el campo, donde cada ciudadano depende de sí mismo y lo único que buscaban era libertad y la no participación del Estado.
Mientras tanto, los ciudadanos comenzaron a notar el cambio. En lugar de ser informados, se sentían sermoneados; en lugar de noticias, recibían lecciones de moral dictadas por periodistas o influencers que asumían poseer la autoridad para decirle a la gente qué pensar y cómo sentir. ¿Se acuerdan de Los Vengadores? Pues varios terminaron dando su apoyo a Harris como si fueran baluartes de la moralidad. No obstante, este año algo cambió: las audiencias, cansadas del mismo discurso homogéneo, buscaron alternativas. Así surgió un fenómeno que evidenció cómo los medios tradicionales, lejos de ser imparciales, son como un vidrio que transforma y distorsiona la verdad. En lugar de confiar ciegamente en titulares y editoriales, los ciudadanos ejercieron su capacidad de decidir por sí mismos, rechazando las versiones filtradas de los medios convencionales. Bien decía una de las periodistas de Blu Radio que los ciudadanos se cansaron de la imposición de las agendas de minorías, globalistas y discursos de los pseudoderechos.
Para terminar, las elecciones de Estados Unidos mostraron que los grandes medios están perdiendo su influencia en un mundo que se abre a nuevas formas de comunicación y libre expresión. Las apuestas de Musk y otros líderes tecnológicos han puesto en evidencia que la verdad puede sobrevivir al cerco de una prensa ideologizada y manipuladora. Por supuesto que se necesitan más voces que informen de verdad, que informen la “Verdad” que para nosotros tiene nombre propio. Frente a esta derrota, los medios tradicionales deberán reconsiderar su papel o arriesgarse a quedar relegados, convertidos en reliquias de lo que debieron ser siempre y dejaron de ser. Por su parte, los periodistas deberán volver a informar y dejar de opinar o, al menos, ser claros con sus audiencias.